viernes, 4 de mayo de 2007

150 AÑOS DE LA LLEGADA DE LA FAMILIA VICENTINA

"Dios no atiende tanto a lo material de las acciones, cuanto a la grandeza del amor y a la puerza de la intención con que se hacen" (San Vicente de Paúl).


El 2 de febrero de 2008 se cumplen 150 años de la llegada al Perú de la Familia Vicentina. La presencia de esta gran familia, nos hacen entender que el amor de Dios estuvo presente a través del mensaje de San Vicente. Un mensaje que no se debe reducir de ninguna manera a la mera teoría, sino a una práctica que se evidencia en una teoría. Es decir, se parte desde la práctica, se llega ala reflexión teórica para retornar a una práctica enriquecida.

"Nuestros amos y señores son los pobres", mensaje que ha llevado a esta familia a estar alerta en su misión; tanto en lugares alejados de nuestra patria, donde los más necsitados sonríen y conocen a Dios a través de ellos, o en los colegios educando el presente de muchas niñas (os) y jóvenes. O en las parroquias edificando la vida y fe integral de todo una comunidad que marcha al encuentro de nuestro buen amigo Jesús. O atendiendo con amos a los niños abandonados. O acariciendo las manos de los ancianos que buscan compañía y dignidad a sus vidas. "Nuestros amos y señores son los pobres", seguirá no solo sonando en nuestras vidas sino sobre todo, seguirá vibrando en nuestras vidas siempre que un nueva día se nos regala, siempre que la lunas y las estrellas acaricien nuestros sueños para hacerlos realidad en la gran misión.

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ALGUNOS FRAGMENTOS DEL SEÑOR PRESIDENTE DR. OSWALDO HERCELLES AL CUMPLIRSE LOS 100 AÑOS DE LA LLEGADA DE LA FAMILIA VICENTINA AL PERÚ

Mientras ellas (las Hijas de la Caridad) con alegría misionera ganaban tierra, en la rada se mecía suavemente el barco francés que las había traído desde el puerto de Burdeos y que tenía el simbólico nombre de "Saint Vicent de Paúl". Erean cuarentaicinco hermanas jóvenes, intrépidas y gentiles baja lo autoridad de su Madre Visitadora sor Teresa Bourdat. En el muelle y en las calles del puerto, la gente se arremolinaba con curiosa simpatía. Las autoridades, en particular el prefecto Dañino y el alcalde Coronel Dulanto, las saludaron y acompañaron hasta la estación del ferrocarril. Partieron luego a Lima, y ya en la estación de San Juan de Dios, se encontraron con una multitud aún más entusiasta y selecta formada por socios de la Beneficiencia, a cuya cabeza se encontraba su director Aquiles Allier rodeado de la empeñosa Junta Permanente compuesta por los señores Carassa, Freyre, Vale - Riestra, Landaburo, Rueda, Brenner, Maury, La Rosa y Prieto. Miembros de clero y distinguidas damas de la sociedad de Lima formaban también parte de aquel nutrido conjunto que dio cordial y vibrante bienvenida a las religiosas. Los caballeros lucían sus sombreros de paja de Italia y sus blancos chalecos de piqué. Las damas sus claros trajes de gasa y muselina con graciosos volantes. Procesionalmente todos avanzaron por las calles de Boza, Baquíjano y La Merced, hasta el templo de esta advocación, donde se celebró una misa de acción de gracias.

Luego las recién llegadas pasaron al antiguo local que había sido convento carmelitano de Santa Teresa y que ahora era el Hospicio de Huérfanos de la Santa Cruz. Allí se alojaron por un tiempo, mientras se habilitaban moradas para ellas en los hospitales a que destinadas y allí quedó su Casa Central, hasta que las irrupciones urbanistas de la nueva Lima determinaron la demolición y expropiación parcial de aquella venerable sede. Junto con las hermanas llegaron, asimismo dos sacerdotes y un hermano coadjutor de los Padres de la Misión, bajo la dirección del R.P. Antonio Damprun, los famosos Lazaristas, fundados también por san Vicente de Paúl y que hasta hoy se encuentran en nuestro país donde han desarrollado admirable labor evangélica...

Las misioneros al continente americano no pudieron producirse hasta el siglo XIX por la prolongada rivalidad entre Francia y España que hacía difícil la penetración en las colonias de toda obra de procedencia francesa. Entre los primeros países que abrieron sus puertas a las Hijas de la Caridad está el Perú, precedido en pocos años solo por México, Brasil y Chile...

El contrato en efecto se firmó en París el 27 de mayo de 1857 por el señor Francisco de Rivero, Ministro Plenipotenciario del Perú en Francia y el reverendo padre Bautista Etinne, Superior General de la Congregación de la Misión...

La partida no pudo realizarse hasta el 19 de septiembre de 1857. Cinco días antes, el 14, el grupo dejó París, acompañado por el Superior Genral, R.M. Devos, quienes abandonaron sus arduas ocupaciones para elntar y bendecir en Burdeos a los viajeros. Las hermanas procedían de muy distintas casas y no se conocían hasta la víspera, pero pronto se estableció entre ellas el lazo de fraternidad cristiana y el esppiritu solidario de la misma empresa. No todas eran francesas: había una española, una italiana, una suiza y una austriaca. La Visitadora Provincial que estaba a su cabeza era la R.M. Teresa Bourdat, de inolvidable memoria. El "Saint Vicent de Paúl" que las esperaba en el puerto era un velero relativamente pequeño y con escasas comodidades...

La navegación de casi cinco meses se caracterizó por la estrechez del barco, por el calor sofocante de los mares tropicales, por las calmas que parecían clavar el buque en el mismo sitio y por las tempestades de la zona austral de Sudamérica. Todas las motificaciones fueron pequeñas, sin embargo, al lado del gran espíritu vicentino de los viajeros que se animaban con prácticas religiosas constantes, cánticos, lecturas y la admiración de las maravillas de la naturaleza que les tocaba apreciar por primera vez. Por fin llegó el ansiado día del desembarco en el puerto del Callao.

Entre las personas que esperaban en el muelle, cuentan las hermanas que vieron a una muchacha de aspecto distinguido con largo traje negro y una cruz de plata sobre el pecho, vestido que era semi religioso, y que se echó en sus brazos con visible emoción. Era Virginia Carassa, de la alta sociedad de Lima, hija de don Francisco Carassa, antiguo y futuro Director de la Beneficiencia, el más cabal y puro símbolo de la Institución en el siglo XIX por su eficiente y acrisolada consagración a ella. Virginia había sido la hija mimada de su padre a quien concedía toda clase de satisfacciones: educación especial, trajes lujosos, concurrencia a bailes, teatros y corridas de toros. Su vida, sin embargo, cambió por completo un día que creyó escuchar un mensaje de ultratumba de una amiga muerta en plena juventud que la hacía recordar que "había infierno", algo de que antes ambas habían dudado. Modificó, entonces, radicalmente su vida dedicándose a la penitencia y la piedad, vistiendo un traje casi monacal. Su carácter era vivo y dinámico, su imaginación ardiente... La lectura de la vida de san Vicente había iluminado sobrecogedoramente su conciencia. Se hizo la determinación de ingresar en la Congregación de las Hijas de la Caridad. Su padre rehusó el permiso pero finalmente lo concedió a condición de que no abandonara su país.


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